
Hay días que no hace falta subir al monte para comer mandarinas. Nos vamos de paseo y hacemos lo mismo. En cuanto pelo una, viene corriendo desde donde esté y me pide, me da la pata, me mira con cara de no haber comido en meses, como si se estuviera muriendo de hambre.
No me las suelo comer enteras, sólo las muerdo sacándoles el zumo y tiro lo demás. A Itsasne tambén le gustan mucho, pero a ella hay que quitarle la piel porque es una princesa y las de su clase no comen piel de mandarinas. Aquí el compañero se las come de golpe, enteras, sin deshacer los gajos. Lola le mira con pena, porque a ella no le toca nada.
Me gustan las pequeñas, las que tienen la piel fina y cuesta quitar. Parece que dentro está concentrado todo el calor del verano que ya pasó. Son pequeños rayos de sol, las mandarinas.
1 comentario:
¡¡Qué ricas mandarinas!!
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