viernes, 13 de noviembre de 2009

en la calle

Salimos a la calle. Está llena de gente que camina en orden, como si hubiera una raya pintada en los adoquines, un carril para cada sentido. Me dicen que es en la única calle del mundo que pasa esto, que la gente camina ordenada. Ya decía yo, por qué siempre me chocaba.
Vamos caminando con garbo. Hemos pasado la tarde de sábado en casa, tumbados en el suelo, escuchando  música, con las ventanas abiertas, dejando que entre el olor del mar, el chillido de las gaviotas, fumando desocupados; el tiempo pasa con calma y ya nada duele. No duele escuchar a Micah, no duele ver el mismo paisaje, no duele que no estés.
Decidimos coger una bolsa, llenarla con ropa, algunos libros, música y marchar a otra ciudad. Mientras caminamos por la calle tú me cuentas tus sueños locos de ser un marinero inglés, yo me como una mandarina y me gusta escucharte, y me río, y noto cómo nos mira la gente, qué bien se lo pasan, y pienso, si ellos supieran...
Acaba de dejar de llover. El aire está fresco pero agradable; me pongo contenta sólo por poder caminar a tu lado, siempre estamos tan lejos, por mirarte a los ojos, porque me mires tú, por escuchar tu voz sin aparatos de por medio. Y te digo que no se te ocurra olvidarte de mi.

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