lunes, 15 de febrero de 2010

esperando

Es tarde ya, de noche y hace mucho frío. Me está entrando un poco de sueño, pero seguro que se me pasa. Han dado temporal para este fin de semana; frío y nieve. Seguro que hay nieve en la carretera, pero decido soplar para que se derrita y puedas venir a verme.
Soplo durante todo el día, y al llegar la noche soplo un poco más fuerte. Me preguntan que qué hago y yo les digo que soplar, que no me queda otro remedio, porque si no soplo, la nieve no te va a dejar venir.
Me pregunta que cómo eres, y no sé qué decirle; sólo me sale decir lo que haces, cómo lo haces; lo que cuentas y cómo lo cuentas, lo que siento. Y cuando acabo sigo soplando. Ella me dice que sople, que merece la pena. Y yo le hago caso.
Y te espero. No puedo soplar más porque ya no me queda aliento. Te espero y me tomo un café. Soplo un poco el café y me lo tomo mientras miro por la ventana. No hay nadie más que yo, es muy tarde y van a cerrar enseguida. Con el café entre las manos veo los coches pasar; vienen muy rápido por donde vendrás tú. Es muy triste este sitio, pero yo tengo un café entre las manos y he estado soplando todo el día para que vengas. Y tengo ganas de que vengas y verte, por eso el sitio no es tan triste para mi. Me soplo las manos que se me están quedando heladas. Te espero en el coche con un libro, pero no puedo leer. Miro alrededor y pienso que sería muy triste si no vinieras; pero vienes. Y ya no tengo que soplar más.


martes, 2 de febrero de 2010

mi casa

Yo tenía una casa. La arreglé con mis manos al salir de trabajar cada tarde. Iba allí, me cambiaba de ropa, ponía música y empezaba a hacer cosas. A veces me sentaba en el suelo y la miraba; miraba cada pared, cada hueco. Me la sabía de memoria, porque yo la había pensado. Dibujé los tabiques en el suelo y entraba en las habitaciones como si ya estuvieran hechas. Arreglé la madera, pinté las paredes y los techos. Me encantaba estar en mi casa.
La disfruté durante varios años. Compré un sofá, un ordenador, unas estanterías, pero la casa no acababa de estar completa. No tenía cuadros ni fotos.
Un día salí a toda prisa y al volver, la casa estaba dividida. Encontré unos letreros con mi nombre y otros con el suyo, escritos con tinta indeleble. Nada estaba donde debería estar y yo ya no estaba agusto; pero seguía siendo mi casa.
Todavía vivo allí. Cada día la reconozco menos, cada día está más estropeada, más desordenada, más sucia, más triste.