viernes, 31 de octubre de 2008

volver


Las hojas de los arboles en el suelo, amarillas, naranjas, rojas. Mi familia de aqui, ahora aumentada. Las calabazas con caras, las galletas de canela, el cafe en la cocina, Denise, Mike, Alex, Marcia y Richard. Ahora tambien Isabel y Zach. Copa de vino blanco, cena maravillosa, cosmopolitan. You are skinny, you hair is short. You were a beautiful girl, now you've become a beautiful woman. Mi arbol rojo, un arce en el parque en otono en Schenectady, Nueva York. Gracias a todos, os quiero.

viernes, 24 de octubre de 2008

un cuento


Era una chica muy fuerte, grande, con las piernas musculosas, las manos regordetas, un poco torpe. Cogía una taza de porcelana y de la fuerza que tenía la rompía. Lo mismo le pasaba con las copas de cristal. Se ponía unas medias y como tiraba tanto, enseguida se le hacían carreras. No lo podía evitar. Al comer también le pasaban cosas; se manchaba el escote enseguida de tanto que salía para afuera, le caían gotas en las camisas y manchaba los vestidos.

Ella se frustraba, porque en realidad quería ser una princesa, caminar erguida y con tacones altos, beber en copas de cristal tan finas que apenas pesaran, agarrar las tazas con dos dedos. Quería ser como las chicas que a él le gustaban, de esas que apenas arrojan sombra al caminar, con el pelo largo y liso, un poco escaso; con la voz y la risa de cantante y los pies pequeños.

Con el tiempo aprendió a verse un poco así, como una princesa. Se dió cuenta que sus pies grandes le servían para nadar mejor, que las piernas musculosas hacían que subiera montañas con facilidad y al final tener un escote grande le serviría de algo. Aprendió también a andar con cuidado y a usar medias de las que no se hacen carreras.

Ahora camina y le gusta ver su sombra reflejada en el suelo. También le gusta su voz porque dice cosas muy bonitas; ahora tiene la vida que siempre había querido tener; ahora es una princesa.

miércoles, 22 de octubre de 2008

un parque


Era un día de fiesta inesperado. La primavera estaba en pleno auge, todo verde y florecido. Hacía sol y estaba contenta, así que decidí coger un tren. Había ido muchas veces durante aquel año, pero siempre como a ratos y con cosas que hacer. Ese día no tenía nada pensado, ningún plan.

Al llegar allí y salir de la estación, pasé por el mercado, a ver las verduras y las frutas de primavera, las fresas y las cerezas, a ver los panes enormes, los caracoles.

Llegué hasta el edificio blanco, sencillo pero hermoso. Detrás de él se intuía un parque como escondido. La hierba estaba verde y muy fresca, abundante. Había muchos tipos de árboles, los más bonitos se pondrían rojos en otoño y no eran muy grandes. Había líneas de agua, aquí y allí, con graciosos rebosaderos. Las flores crecían salvajes pero con un orden muy natural. Era un parque con muchas zonas soleadas y también sombras agradables.
La gente lo disfrutaba, se tumbaba en la hierba, conversaba, leía o cantaba. Yo también me tumbé. Desde mi postura se veían las puntas de la catedral. En el walkman sonaba una canción que podía ser de allí y también de aquí. Alguien hablaba por la radio, como bajito; no recuerdo lo que decía. Lo que sí recuerdo es que me sentí bien, tranquila como hacía tiempo, en mi sitio, en mi parque.

lunes, 20 de octubre de 2008

mi tío carlos


Nos hacía la escultura de un coche en la arena, cerca de la orilla. Nos sentábamos dentro y nos mojaban las olas cuando subía la marea; el coche iba llenísimo, dos delante y otras dos detrás; se deshacía con cada ola y nos entraba la risa.
Se hacía arpones con varillas de frigorífico y luego nos comíamos los cangrejos que pescaba.

Cuando íbamos al monte, al Upo, llevaba una mochila mágica en la que cabía de todo: una baraja de cartas, tiritas y mercromina, un cuchillo de esos con tenedor, abrelatas y tijera, aguja e hilo de coser, todo lo que es necesario en un día de monte, en paquetitos pequeños y bien organizados.


Pintaba cuadros de su mujer, muy joven entonces. También de Heidi para nosotras. A su hija le cuidaba muy bien, y a nosotras también. Nos ordenaba las zapatillas al ir a dormir y recogía la ropa que estaba por el suelo, nos arropaba en la cama.

Escribía muy bien, con una letra muy bonita. Las as las hacía como triángulos y no se torcía nada.

Ahora se jubila. Le quedan apenas dos semanas y empezará una nueva vida. Su mujer ya se la ha organizado un poco, pero creo que hará lo que quiera. Paseará al perrito que ha adoptado como suyo, jugará con sus sobrinas nietas, esperando que venga el nieto de verdad; viajará, seguro.
Estoy muy contenta por él, espero que esta etapa sea larga y la disfrute.

martes, 14 de octubre de 2008

la ducha


Coincidimos juntas en la ducha después del ejercicio. Cada una tiene un cuerpo diferente, unos más gordos, otros más flacos. Yo me fijo mucho, porque todos me parecen hermosos.
Hay mujeres que han tenido hijos y se les nota. Tienen la barriga más hinchada y las tetas un poco caídas. Hay chicas más jóvenes que tienen un cuerpo espléndido con poca ropa, pero desnudas no es tan bonito.
Puedo adivinar quién tiene pareja porque se cuida más, se recorta el vello púbico o se lo depila del todo. También quién lleva muchos años casada, porque tiene mucho pelo y descuidado, como rizado que hasta se ve a contraluz. Supongo que me equivocaré, porque las hay que son muy presumidas y se arreglan sólo para sí mismas.
Hay una chica que es muy delgada pero que tiene el cuerpo más feo. Le cuelga la carne por todos los sitos y es muy pálida, se le notan todas las venas. Su pelo es rubio y no se le ven las cejas ni nada. A mí no me cae muy bien; habla muy alto y todo le parece mal.

Hay otra chica muy joven que tiene el cuerpo muy bonito, muy morena con la carne dura y una arruguita en el culo que apetece acariciar.
Veo diferentes tipos de tetas; unas se pierden cuando la chica sube los brazos, otras cuelgan más abajo de las costillas, las hay que están muy bien puestas y casi no se mueven.
Al vestirnos todo cambia, las tetas se colocan en su sitio, se esconden los vellos púbicos y todas salimos estupendas al mundo real.

viernes, 10 de octubre de 2008

se me ha perdido


La estoy buscando desde hace días. He mirado en los bolsillos del pantalón, debajo de la cama, entre las hojas de los libros, en los cajones que nunca abro, en los bolsos que tengo guardados, detrás de las puertas y no está.

Antes la llevaba siempre conmigo, ahora que no la tengo ando un poco coja, pierdo los trenes, se me olvidan las citas, me cuesta respirar y me pongo a temblar como una hoja.

Creo que no estoy buscando donde debiera. Igual si miro un poco para adentro... Creo que veo algo, una luz brillante entre los pulmones y el estómago. Será ella? Será la fuerza que me falta? Voy a mirar con más atención...

jueves, 9 de octubre de 2008

mi compañera


Viene conmigo a todas partes, en el tren, a trabajar, a la biblioteca también. Hay sitios en los que no quiere entrar y se queda esperándome en la puerta. Pasamos el día juntas, todos los días, y también parte de la noche. Se pasa por mi cama a mirar cómo duermo, o a ver si coincide que estoy despierta. Tiene una manera diferente de hablar, pero nos entendemos bien. Yo a ella le cuento todo, cosas que no sabemos más que nosotras dos. Y ella me escucha como si fuera lo único que tiene que hacer en todo el día.
Le gusta mucho dormir y jugar con sus amigos, también le gusta el pan, pero a veces se tiene que poner a régimen y yo le digo que no se preocupe, que me pongo con ella.
Vamos a pasear todos los días, a veces muy juntas, otras cada una a su aire. Le gusta ir al monte, como a mí. Es una gran nadadora y los días que vamos a la playa echamos carreras. Me suele ganar, pero porque le dejo, que si no se pica mucho.
Alguna vez que me he tenido que marchar se ha enfadado. Al llegar no me saluda y se sienta mirando a través de mí, como si no existiera. En esos casos, lo mejor es dejarla y el enfado se le pasa.

No le gustan mucho los besos ni los achuchones, pero yo se los doy de todos modos, todo el rato.

miércoles, 8 de octubre de 2008

otra manera de ver la semana


los lunes, Almudena Grandes


los martes, Rosa Montero

los miércoles, Elvira Lindo

los jueves, Maruja Torres

los viernes, Juanjo Millás

los sábados, Manuel Rivas

los domingos, Manuel Vicent

Cada día, una sorpresa.

martes, 7 de octubre de 2008

bocadillo de nocilla


Hoy me lo merezco.Me estoy comiendo un bocadillo de nocilla. Es el bocadillo que más me gusta. Me lo preparo con una cuchara, así me como lo que sobra. Relleno el pan por las dos caras, cuando se juntan las dos partes salen los churretones, que me encantan. Es lo primero que como.
Sé que hay gente a la que no le gustan los churretones, a Julia y a Pedro, ellos se comen el pan casi seco. Iratxe y yo decimos que eso no es un bocadillo de nocilla ni es nada. A Miren le gusta más el chorizo pamplona, pero yo pienso que no tiene nada que ver. A Lola, sin embargo, le daría igual nocilla que chorizo. Se hace la longuis con la pelota, la trae y la deja caer para que me de cuenta que está por aquí. Ella se lo comería de un mordisco y digo yo que eso tampoco es comer un bocadillo de nocilla ni es nada. Claudio dice que a él no le gusta la nocilla y que no se la come, pero el bote se vacía de repente.



domingo, 5 de octubre de 2008

un domingo a la mañana


Me levantaba pronto y salía de casa sin desayunar. Daba igual el tiempo que hiciera, lo hacía todos los domingos. Empezaba a andar por mi calle, Avenida de la Sardiñeira. Bajaba un poco por la Ronda de Outeiro sin tráfico y seguía hasta Cuatro Caminos. Desde allí cogía Juan Flórez con las aceras sucias aún de la noche larga y luego me llegaba hasta Juana de Vega, hasta el quiosco de la esquina donde compraba el periódico. Sólo lo compraba los domingos, El País y La Voz.
Cargada de papel, me iba por los cantones hasta la calle Real, mi favorita. Allí empezaba a andar más despacio, disfrutando del silencio de esas horas y de la tranquilidad de los domingos. La gente salía a comprar el desayuno, a hacer deporte.

Entraba en el Dublín. Si tenía suerte, la mesa de la izquierda, al lado de la ventana, estaba libre. Esa mesa era mi favorita; una mesa con el pie de hierro forjado y el sobre de mármol descacharrado, con un paquete de servilletas y un cenicero. La silla era una de esas de cabaret.
Pedía un café con leche corto de café y abría el periódico. Me pasaba la mañana allí, desayunando y leyendo, viendo a la gente pasar por la calle, la gente que entraba en el bar, escuchando conversaciones ajenas, esperando a que aparecieras.

miércoles, 1 de octubre de 2008

mi barrio


En mi barrio viven personas de muchos colores. Creo que están todos los del mundo, también los idiomas y las religiones. Por la calle huele a París y Londres, a té verde y fritangas, a incienso y a cloaca. La gente viste como quiere. Los hombres llevan faldas y alguna vez he visto mujeres que no llevan nada.
Hay una acera donde están las chicas paradas, de pie, como esperando. Se pasan allí todo el día, haga calor o llueva. Esperan y mientras, fuman y alcahuetean y se ríen. Hay algunas muy guapas, otras son como abuelas, con su bolso de la reina-de-inglaterra. Si eres chico y pasas a su lado te dicen cosas, como ¡guapo!. Si eres chica, te miran de arriba abajo torciendo el morro. Los viernes la calle está a tope. Hay muchos hombres mayores bien vestidos, como de domingo y con la cartera abultada. Ellas se ponen muy contentas, porque no van a tener que esperar mucho.
En este barrio vive gente muy maja. A cruzarnos por la calle me sonríen, y si no les miro, pegan con los nudillos al cristal para saludarme, y eso que no les conozco. Una señora un día entró hasta dentro, me enderezó la espalda y me dijo que me cuidara, que estaba muy encorvada, con lo joven que eres, ponte derecha!

Por la calle pasan hacia la escuela muchos niños, también de colores. Unos llevan 27 coletitas en la cabeza de pelo muy rizado, otros llevan el pelo muy largo en una trenza gorda. Los hay también que tienen el pelo engominado y muy denso y negro. Estos hablan como cantando y alborotan mucho.

Hay una tienda de ultramarinos. La tendera es una jevi con tatuajes en las pantorrillas que escucha y canta copla española a voz en grito. Es una señora peculiar, de las de antes. Tiene un cuaderno sin tapas y con las hojas manchadas de grasa donde apunta lo que le deben. Hace las cuentas con llevadas y cuando pesa el queso, creo que pone un poco el dedo gordo para que pese más. Conoce la vida del barrio entero, y si no sabe algo, lo pregunta.
Yo estoy al final de la calle, en la esquina. Suele haber una perra grande que no muerde a la puerta. Si pasas por mi barrio, tócame el cristal o entra a saludarme.