miércoles, 30 de septiembre de 2009

martes, 29 de septiembre de 2009

la sirena






Hacía tiempo que no se sentía bien. Le dolía el cuerpo por las mañanas, cogía muchos catarros, estaba de mal humor. Ella se miraba las manos, los ojos, la cara, intentando descubrir qué le pasaba. Preguntaba a la gente, me véis algo raro? y no sabían qué decirle. Ella seguía con su vida normal; iba a trabajar, se divertía, iba de compras, viajaba... pero cada vez se sentía peor.
Un día no se pudo levantar de la cama. Le dolía toda la espalda y no se podía mover. Se quedó allí tumbada y durmió mucho. Mientras dormía tuvo un sueño; soñó que nadaba, que estaba en el mar todo el día, buceando, dejandose llevar por las corrientes, jugando con los veleritos que pasaban a su lado, mirando el reflejo del sol en el mar; eso era lo que más le gustaba. Se subió a una roca y se puso a cantar bajito, con los ojos entrecerrados, mirando las estrellas que el sol ponía en el mar, dejando que el sol secara su espalda y que rizara su pelo.
Se despertó al día siguiente, sintiendose mucho mejor. Al poco rato recordó el sueño, cómo nadaba en el mar, lo bien que se estaba. Y ya no tuvo que mirarse las manos, ni preguntar a nadie. Lo supo enseguida. Las sirenas tienen que nadar y cantar. Y ella hacía mucho tiempo que no nadaba ni cantaba.

lunes, 28 de septiembre de 2009

un secreto



Tengo un secreto. Me lo encontré de madrugada por casualidad y lo llevo conmigo desde entonces. Cambia mucho de tamaño, a veces me cabe en el bolso, otras me sumerjo en él y nado y me abraza con delicadeza. Es muy frágil, por eso lo tengo que cuidar mucho. He cosido una bolsa de seda y lo meto ahí para que descanse, con cuidado.
Lo primero que pienso al levantarme es en mi secreto, cómo estará, si hoy se hará grande o será pequeño y me hará esperar. No me importa esperar; hago lo que tengo que hacer, duermo, como, me río, canto mientras espero a mi secreto. Y cuando viene es como una pantalla gigantesca que me cuenta historias, me pasa la mano por la cara, me lleva con él a visitar sitios, o simplemente nos quedamos quietos en una cueva esperando a que acabe de llover.
A veces está muy ocupado y no puede venir en todo el día; entonces yo dejo de cantar y me quedo mirando a la bolsa de seda. De repente, una luz parpadea y me dice en un idioma desconocido que ahora no, pero mañana, o más tarde, o a las 11, volverá. Y vuelve, mi secreto.

domingo, 27 de septiembre de 2009

la camiseta




Me he comprado una camiseta. Es de manga larga marrón, con el escote un poco abierto. El tejido es muy fino de algodón, suave.
En la parte delantera tiene un dibujo de una bicicleta, blanco sobre marrón. Hablo con la chica de la tienda y me dice que la diseñadora ama a su bicicleta y por eso la ha dibujado y le ha dedicado una colección. Debajo del dibujo pone, con letra escrita a mano:
Quédate quieta, en silencio y escucha a tu corazón.
Cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve.

María Clé Leal

viernes, 25 de septiembre de 2009

Ventanas de Manhattan


"Pero me acuerdo de algo  más, una música, una orquesta que tocaba no sabíamos dónde, una noche, ya muy tarde, viernes o sábado, cuando volvíamos de cenar subiendo por al Novena Avenida. Perezosamente, abrazados, con una camaradería de pasar juntos mucho tiempo, con un gustoso  mareo de cócteles y de vino tinto, mirando sobre los tejados, hacia el este, con un punto de vértigo, el resplador de los rascacielos. Me quedaba rezagado y al mirarla caminar delante de mí me volvía a la memoria el primer viaje, los regresos al hotel en noches de primavera, la figura tan deseada perfilada por la forma de un vestido corto, de lino rojo, con la cremallera a la espalda, tan fácil de bajar. Entonces el tiempo corría tan rápido que no había instante de deseo o de compartida placidez que no contuviera un fondo de angustia. Ahora, esta noche de diez años después, el tiempo era un regalo tan demorado, tan lleno de dulzura sin motivo preciso, como la misma caminata, o como la música que  empezamos a oír cuando nos acercamos a una iglesia de negras agujas y crestería neogóticas, ya no muy lejos de Lincoln Square. Una orquesta con ricas sonoridades de big band estaba tocando Moon Indigo, y la canción tenía una desenvuelta elegancia, una melancolía a la vez íntima y lujosa como de otra época, llegada hasta nosotros desde una distancia que parecía la del pasado, y resonaba con claridad y dulzura en la amplitud desierta de la Novena Avenida."

Ventanas de Manhattan. Antonio Muñoz Molina

miércoles, 16 de septiembre de 2009

una canción

Estamos pasando la tarde juntos, las niñas, las madres, las tías, los primos. Fuera hay mucho jaleo; son fiestas, suena música allí arriba, en el portal, la gente baja ya ronca de tanto cantar y hablar; cuando pasa la vaca se oyen los pasos de los corredores, los silbidos, los grititos de las mujeres.
Pero dentro se está muy bien. Nos sentamos en los sillones y en los sofás, las niñas juegan. Saco el Ipod y se lo doy a Pablo, le digo que escuche la canción. Se pone los auriculares y se queda sentado.
Las niñas quieren merendar, vamos a la parte de la cocina; una quiere chocolate, kulaka, siempre quiere kulaka, la otra plátano, queso o helado de leche, yo lo  chupo y tú lo muerdes, tata, es lo que hacen, una lo chupa y otra lo muerde. Y siempre están juntas aunque a veces discutiendo por lo mismo, que sí, que no, pero es un hermosos cuadro, siempre es hermoso ver cómo se dan besos, cómo se quieren y se echan de menos cuando no están juntas, lo que aprenden la una de la otra.
Y Pablo sigue escuchando la canción, y se levanta y se acerca a nosotras, y dice él que la vida es como una película, y lo que necesitamos es una canción que haga de banda sonora. Y le miro y le sonrío, porque parece que no se da cuenta de nada, y luego sube a ese escenario y coge el saxofón y saca mariposas de él y cuando no tiene que tocar se da la vuelta y se enciende un cigarrillo y me encanta.

(foto sacada de Flickr)

martes, 8 de septiembre de 2009

el bote de mermelada

Se levantaba a toda prisa, con el pelo alborotado. Cogía dos botes de mermelada y uno de mantequilla y los ponía encima de la mesa. No se lavaba la cara hasta que las luces estaban encendidas. Corría de un lado a otro, calentando la leche,  poniendo el agua a hervir, colocando las galletas, las madalenas...
Yo me tomaba más mi tiempo. Me sentaba en la cama con los pies colgando. Miraba alrededor y me ubicaba. Esos días soñaba mucho y muy intenso, así que tenía que hacer el ejercicio de ubicarme. Bajaba de la litera en dos pasos, buscando la cama de abajo a tientas con el pie izquierdo. Para entonces ya estaba casi todo preparado; yo llevaba el pan y lo cortaba en rebanadas.
Salía a la calle; sólo con abrir la puerta ya estaba en la calle. Las mañanas eran preciosas, todavía estaba oscuro y se veían las estrellas, un montón de estrellas que parecía que se iban a caer del cielo. Respiraba el olor del amanecer, como de campo agostado, seco por la falta de lluvia, dulce. El sol todavía tardaría un rato en salir y el aire era muy fresco.
Cuando las campanas daban las seis, nos mirábamos y ella movía los dedos de bruja piruja. Se acercaba al interruptor como a saltos y cara de mala. Encendía las luces y todo el mundo se despertaba.
Había empezado un nuevo día.

Ayer me compré un bote de mermelada de fresa, sólo por abrirlo, dejarlo encima de la mesa con la tapa a un lado.
I miss you, Pin.

lunes, 7 de septiembre de 2009

una historia

Era el último día. Estaba el cielo un poco gris, pero hacía calor; parecía que iba a haber tormenta. Ese día vino mucha gente, el albergue estaba completo. A última hora apareció una mujer joven de unos 40 años. Estaba un poco cansada pero se le veía fuerte. Ya no había camas libres y había empezado a llover. Le acompañé al frontón, allí podría al menos dormir a cubierto. Miré al cielo y vi dos arco iris, uno encima del otro. Le dije que  no se preocupara, que tendríamos suerte.

El viernes pasado, tres días después de la vuelta, caminaba con prisa por Bilbao. Iba cargada con bolsas, la perra, la carpeta del trabajo. Llegaba tarde a una comida con amigas. Pasé al lado de la terraza de un bar, en el Casco Viejo. Vi a una mujer sentada y me fijé un poco mejor, parandome y adelantando la cabeza. Ella entonces me vio.
¿Qué haces aquí? me dijo. Vivo aquí, ¿qué haces tú aquí?
Me contó que no se había sentido bien, que echaba de menos a su familia, que volvía a casa. Ella es de Suecia, enfermera de ambulancias, madre de dos niños. Le dije que trabajaba cerca, que si le apetecía, se pasara más tarde por el estudio. Se lo señalé en el plano y subió.
Estuvimos tomando un te, la tarde se había puesto un poco fea y apetecía. Nos mirábamos con sorpresa, le enseñé el local, charlamos. Al cabo de una hora se fue, más animada por el te y la conversación.

Estas son las cosas del camino.

viernes, 4 de septiembre de 2009

pin y pon

Pin es rubia, Pon es morena
A Pin le gusta el jamón, a Pon la nocilla
Pin escucha música en español, a Pon le gusta más en inglés
Pin anda en bici, Pon da paseos a pie
Pin se come todo el pan, menos los curruscos que le encantan a Pon
A Pin le atraen los chicos calvos, a Pon con pelo, por favor.
Pin no puede acariciar a los perritos, Pon achucha a todos los que ve

Sólo coinciden en una cosa
La cerveza sin espuma.


(foto de borboletaselvatica sacada de Flickr)

jueves, 3 de septiembre de 2009

la silla roja

He pasado unos días sentada en una silla roja. Era una silla muy especial, mágica. Recibía los primeros rayos de sol, los más bonitos, los que ya calientan pero no queman. Estaba situada al borde de un camino empedrado, a un lado de la puerta. Si mirabas a la izquierda se veía salir el sol; de frente había una casa medio cubierta por una hiedra y con flores en las ventanas; a la derecha estaba la torre de la iglesia, la cúpula, la veleta, las campanas.
Pasaba mucha gente por delante de la silla, era como dar la vuelta al mundo sin moverse. Venían pronto por la mañana, cansados ya de subir la cuesta, con un paso lento y marcado por el sonido metálico de los bastones. Les saludábamos con la mano y con la sonrisa; algunos se quedaban a pasar la noche; otros paraban para descansar, tomar un café y seguían su camino. 
A veces me imagino que sigo allí, sentada después de hacer todo el trabajo, con una pierna encogida y la otra colgando, descalza, viendo caer la tarde contigo a mi lado, esperando.