martes, 25 de noviembre de 2008

25 de noviembre


NO a la violencia contra las mujeres

miércoles, 19 de noviembre de 2008

mandarinas

Me suelo llevar un par en el bolsillo cuando voy al monte en otoño. Es cuando mejor saben, después de andar un rato, un poco cansada, cuando te da la sed. Si hace sol es mucho mejor. Me siento en una roca o en un claro y me pelo las mandarinas. Enseguida viene Lola porque a ella también le gustan. Las compartimos, un gajo yo, otro ella. Se lo tiro al aire y ella salta y lo coje con la boca. Si está muy ácida, lo tira, menuda es.
Hay días que no hace falta subir al monte para comer mandarinas. Nos vamos de paseo y hacemos lo mismo. En cuanto pelo una, viene corriendo desde donde esté y me pide, me da la pata, me mira con cara de no haber comido en meses, como si se estuviera muriendo de hambre.

No me las suelo comer enteras, sólo las muerdo sacándoles el zumo y tiro lo demás. A Itsasne tambén le gustan mucho, pero a ella hay que quitarle la piel porque es una princesa y las de su clase no comen piel de mandarinas. Aquí el compañero se las come de golpe, enteras, sin deshacer los gajos. Lola le mira con pena, porque a ella no le toca nada.
Me gustan las pequeñas, las que tienen la piel fina y cuesta quitar. Parece que dentro está concentrado todo el calor del verano que ya pasó. Son pequeños rayos de sol, las mandarinas.

lunes, 17 de noviembre de 2008

qué raro!



Qué raro!, me decía al traspasar las puertas.
Qué raro!, me decía al cogerme de la barandilla de la escalera
Qué raro!, me decía al mirar los azulejos en la pared.
Qué raro!, me decía al abrir el agua de la ducha.
Qué raro!, me decía al nadar en la piscina.
Qué raro!, me decía al abrir el periódico del domingo.
Qué raro!, me decía al encender la luz de la habitación.
Qué raro!, me decía al bajar los peldaños.

Hasta que caí. Allí no usan metros ni centímetros. Allí usan pies y pulgadas. Claro!, era eso. Se nota en las proporciones, en las alturas y en las anchuras, en el tamaño del periódico, en las brazadas que me cuesta cruzar la piscina. Es como estar en otro mundo de proporciones, o como si la envergadura del cuerpo fuera otra, como si hubiera menguado o se hubiera inflado. Qué raro!

brooklyn


Era un viernes por la tarde. Hacía calor, aunque debería de haber hecho frío. Paseábamos por la ribera del río, un poco más tarde cruzaríamos el puente, cuando anocheciera. Encontramos una señal verde con una hoja y decidimos seguirla. Nos llevó hasta la vera misma del río, donde se veía la otra parte de la ciudad, donde los edificios son altos y el ruido es intenso. En esta otra parte no, las calles eran tranquilas, de vecinos con niños disfrazados. Iban de casa en casa pidiendo dulces y al abrir la puerta yo me quedaba para ver las casas por dentro, los suelos, los salones, las personas que vivían de verdad en la ciudad. Estaba un poco molesta, él quería irse de allí porque tenía hambre y yo no me quería perder nada, quería quedarme allí con ellos, con sus caras ilusionadas y los disfraces graciosos hechos en casa.
Los edificios eran viejos, de principios de siglo pasado; estaban muy bien cuidados. En alguna de estas casas vivirá Paul Auster, me dije, y también viviría Walt Whitman, tanta gente, tantas veces recorridas estas calles con la imaginación por los libros. Quería quedarme más tiempo, fijarme en cada detalle, aprenderme la luz de memoria, los nombres de frutas de las calles: Cranberry, Orange, Peach.
Buscando un sitio para comer dimos con la calle principal de la zona. En una de las aceras había una cola inmensa de gente. Esperaban el turno para entrar en una tienda de disfraces. Al lado había una librería de segunda mano. Enfrente, una tienda de bagels. Nos sentamos en la pequeña terraza que estaba un metro por debajo del nivel de la calle. Apenas cabían 4 mesas pequeñas. Comimos el bagel con ensalada de atún, viendo a la gente pasar al calor de una tarde de otoño en Brooklyn.

jueves, 13 de noviembre de 2008

brancusi



Era una tarde muy fría, por eso buscamos un sitio calentito para pasarla. Tenía los pantalones mojados, las botas casi me calaban ya. Al entrar se me empañaron las gafas. Había mucha gente de todos los países. Estábamos todos muy abrigados, así que parecía que éramos muchos más.
El edificio tenía cuatro plantas que se podían visitar. Lo hicimos al revés y empezamos por la primera. Al llegar a la cuarta ya estaba borracha de colores, de texturas, de objetos, de gente. Era una planta dedicada a los primeros años del siglo XX, con cuadros y esculturas. Al pasar de una sala a otra, me detuve a mirar con atención. Había unas esculturas de pájaros larguiruchos, de caras brillantes con ojos y nariz afliados, sin pelo. Eran unas esculturas pequeñas, colocadas en soportes altos y alargados. Nadie las miraba, pasaban rápido a ver lo que era más llamativo, como el gigantesco cuadro de Monet que estaba cerca. Yo sí me quedé, mirándolo todo y dando vueltas para verlo por todos los lados. En medio de ese montón de estímulos me gustaba mucho más observar la superficie lisa y suave de estas esculturas, las formas como de carne bien hidratada que había conseguido en estos materiales tan duros. Sentí mucha paz y dejé de estar agobiada. Me había encontrado con un amigo al que hace tiempo no veía. Brancûsi...dije bajito.

martes, 11 de noviembre de 2008

mañana de viernes



Me levanté pronto por la mañana , como el resto de la familia. Había dormido muy bien, en una cama de princesa del guisante, con varios colchones apilados y un montón de almohadas. La cama tenía dosel y una lamparita que se apagaba poco a poco, no de golpe. Habíamos quedado para desayunar porque mi tren salía esa mañana. Era una mañana especial, el sol había salido ya, el cielo estaba muy azul pero hacía frío. Me gustaban esas mañanas entonces, casi siempre iba andando a la escuela para ver cómo se despertaba la gente, cómo se veían los árboles, cómo olía en la calle.
Entré en la cocina y me preparé un café con sabor a avellana. La noche anterior había habido cena y vino y ... bueno, lo demás.

Salí a la calle. Era muy tranquila, casi no pasaban coches. No tenía aceras, el césped de las casas llegaba hasta el asfalto de la carretera. Había gente recogiendo las hojas del jardín, yendo a trabajar. Me acerqué hasta un parque cercano, aún con la taza de café que ya se estaba quedando frío. Una luz dorada lo bañaba todo, la valla del parque, los troncos de los árboles, las hojas en el suelo. Me ví como entonces, cuando iba andando a la escuela, contenta por el rato del paseo, con la nariz muy fría, el pelo largo, toda la vida por delante. Y pensé que no había cambiado tanto, que tengo muchas cosas por descubrir aún, que lo que entonces quería hacer lo he hecho, que soy como me imaginaba. La nariz y las manos se me estaban helando. Antes de entrar cogí una hoja del suelo que justo acababa de caer del árbol, una hoja roja preciosa de arce, el árbol que siempre hace que me sienta como en casa. Había vuelto a casa.

bellezas de hoy




belleza_01
mi perra


















belleza_02
mis libros


















belleza_03
mis viajes




















belleza_04
mi arce

... y mis niñas

sábado, 8 de noviembre de 2008

mariposas



Fui a ver las mariposas. De todas las cosas que había por ver, era la más emocionante. Hay que pasar por una sala fría, con dibujos de gaviotas y cormoranes. La habitación está a un lado, muy iluminada. Tiene dos puertas; un guarda advierte que para abrir una la otra tiene que estar bien cerrada. Abro la puerta y me encuentro en otro mundo, en otro clima, en otra hora del día. Hace más calor, un calor húmedo que se agradece. Hay mucha más luz que en la calle.
Las mariposas vuelan libres por la sala, en silencio. Es un gran espectáculo, las hay de todos los tamaños y colores. Yo me emociono viéndolas, porque no vivirán mucho y hoy he tenido la suerte de verlas, tan bellas. Ellas no se dan cuenta de nada; vuelan buscando comida, o compañía, o una hoja agradable donde descansar. Comen fruta con azúcar; hay naranjas en tarritos para ellas y también plátanos. No puedo dejar de mirarlas. Son muy sociables y si no me muevo mucho alguna se posará en mí. El señor que va delante mío tiene una gigantesca en la oreja, preciosa, con las alas negras de terciopelo y un círculo marrón. Parece el ojo de un búho ese círculo. Hay otras que van juntas a todas partes; estas son azules como agua de mar clara. Están alegres, hacen piruetas al volar y parece que estén jugando. Las rosas y marrones son las más tímidas. Van solas y vuelan poquito a poco, posándose sólo un rato en cada hoja.

En la habitación hay gente que las conoce a todas. Son personas mayores ya jubiladas. Una niña les hace muchas preguntas y ellos con paciencia le explican todo. Yo me quedo a escuchar las preguntas de la niña, ella sabe bastante más que yo; me quedo mucho rato en esta habitación, en este mundo artificial maravilloso.

http://www.amnh.org/exhibitions/butterflies/gallery.php

viernes, 7 de noviembre de 2008

en el aeropuerto



Espero al avión en una sala enmoquetada. En una esquina hay una tele con el volumen muy alto. La gente se sienta aquí y allí, sin juntarse mucho, sin mirarse siquiera. Por la ventana se ven los aviones que se van, no los que llegan. Está oscureciendo y las luces se empiezan a encender. El perfil de la ciudad va desapareciendo poco a poco entre la polución y la caída de la noche. Un edificio resalta sobre los demás; se reconoce su perfil desde cualquier punto de la cuidad. Estos días ha estado iluminado de diferentes colores: naranja por Halloween, blanco-naranja-azul por el maratón, rojo-azul-blanco por las elecciones. Se esconde poco a poco como el sol, como el día. Si me fijo bien lo puedo ver con claridad con los ojos de la memoria. Ahí lo guardo hasta que vuelva.