martes, 27 de enero de 2009

rayuela


Para tí, que ya no juegas en la calle, pinto una rayuela en el asfalto. Son un montón de cuadrados que conforman un espacio, como el plano de un edificio, basílica o biblioteca.
Cada cuadrado independiente es un plano en sí mismo, que se puede manipular.
Se puede poner vertical, horizontal, elevado o contra el suelo.
Con una piedrita hay que ir saltando de cuadro en cuadro, hasta llegar al paraíso.
Si quieres, puedes poner un número dentro: uno, cuatro, siete, nueve ...


Llama a tus amigos, diles que váis a jugar en la calle, de nuevo.

Quizá uno sepa tocar la guitarra y otra tenga buena voz.
Entre los planos de la rayuela os podéis cobijar si lloviera.
Servirían también para que la gente no se molestara con el ruido.

Igual otro es un titiritero. Con los cuadrados podríais hacer un teatro en miniatura, inventar un telón para contar las historias de cada uno.

Puede ser que otro fuera joyero artesano, se podría fabricar una tienda, un mostrador con los planos de la rayuela.
Para diferenciarlos unos de otros, lo podríais pintar, uno rojo, otro naranja, otro amarillo. Así iriamos llenando la calle de colores, de música, de objetos preciosos, de amigos, de historias, de gente que recupera la calle para volver a jugar.

viernes, 23 de enero de 2009

heridas

Y ahora,
¿qué hago yo con estas heridas,
que no sé cómo curar?
¿Qué hago con los kilómetros que anduve ciega,
tratando de que me dolieran más las piernas
que el corazón?
¿Qué hago con esas palabras que me dijiste,
que aún me resuenan en la cabeza?
¿Qué hago con las baldas divididas,
cada una con un nombre,
la casa partida en dos?

Que no te moleste,
pero no sé qué hacer.

lunes, 19 de enero de 2009

un té verde


Me tomo un té verde en el jardín, sobre una mesa de teka gastada por el sol y la lluvia. Aquí debe llover bastante, la hierba es muy verde y los árboles frondosos.
Es una tarde soleada de sábado de invierno, bien abrigada se está muy bien al sol. Se oye una música lejana de gaitas y voces, Lola dormita bajo la mesa.
El té sabe muy rico, tiene azúcar de esa que parece hecha de pequeñas rocas traslúcidas. Está turbio y caliente, es un regalo, un claro en el bosque de las preocupaciones, de crisis y trabajos que no llegan a salir.
Ahora lo único que pienso es en lo rico que está este té y en la suerte que tengo por este regalo.
Nada más.

lunes, 12 de enero de 2009

dudas



en asuntos importantes

del corazón

yo siempre he creído

que si dudas

es que es no

una mujer sola


Es la única amiga que tenía en el pueblo donde vivo, y ni siquiera sé su nombre. Nos conocimos por los perros, al coincidir en los parques, en el paseo. Es una mujer mayor, casada. Es guapa, un poco gordita, pero con los ojos muy bonitos, verdes. Se tiñe el pelo de colores, bueno, se lo teñía. Ya no se cuida tanto. Hay días que no se pinta ni siquiera los labios.
Ya no tiene a su perro. Creció mucho y tenía mucha fuerza, tanto que la tiraba al suelo. Le rompió un dedo y le dislocó el hombro. Lo llevó a una casa grande donde tuvo perritos. Ella lo va a ver de vez en cuando, pero ya no sale a pasear. Ha cogido peso y casi no la veo por la calle. Vive en una casa muy vieja al lado de la mía. Me dijo un día que no era suya, que ella no tenía nada. Es de su marido, que ya no le hace ni caso. Él sale todos los días a beber y hablar con cualquiera menos con ella. También me dijo que no aguantara. Que hiciera mi vida, pero que no aguantara a nadie, ni un minuto, que si lo quería, bueno, pero que si no estaba segura, no aguantara. Ella lo hizo y ahora no tiene nada. Bueno, sí tiene. Tiene sus domingos por la mañana, que se va a pasear y luego al cine, sola pero tranquila, con los labios pintados.

miércoles, 7 de enero de 2009

un desayuno


Madrugué como si tuviera que ir a trabajar. Cogí el metro como si viviera en la cuidad. Me bajé con prisa, como si tuviera algo que hacer. Salí a la calle con una dirección, como si supiera a dónde ir. Era uno de los últimos días y quería aprovecharlo a tope. Me faltaban muchas cosas que ver y éstas las tenía que ver sola. Fui a mi barrio preferido, donde los edificios no son muy altos y hay muchas bicis, árboles, bares, cafés, gente andando sin prisa, galerías de arte, tiendas de diseño. Entré en una panadería a comprarme el desayuno. Era un sitio muy especial, como de cuento. Había pasteles en forma de corona, magdalenas con sombrero de nata de fresa y chocolate. Olía muy bien a dulce y a café. Me compré dos magdalenas, una rosa y otra marrón. Pedí también un café con leche. Me lo pusieron todo en una caja blanca, muy práctica. Salí a la calle y me senté en un banco de un parque cercano a desayunar. Hacía buen día, soleado aunque un poco fresco, con una luz de mitad de otoño cálida. Las hojas de los árboles, hayas creo, estaban por todo el suelo, tiñendolo también de dorado. Cerca, una librera sacaba libros usados a la calle. Comenzaba el día para todos, un día cualquiera de principios de noviembre, pero muy especial para mí, desayunando en un banco de Greenwich Village, Nueva York.