miércoles, 6 de octubre de 2010

sus ojos

Son marrones con un círculo dorado en el centro. No sé si son grandes o pequeños, igual un poco saltones. Tienen pestañas claras y a veces cierra uno y luego otro.

Miran con atención todo lo que hago, si me muevo, si me quedo dormida, sobre todo si como. Cuando como se despierta y abre mucho sus ojos marrones. Y se sienta a mi lado y me mira con pena, con los ojos tristes. Yo sé que es todo teatro, que lo único que quiere es que le dé de comer.
A veces me mira y me hace una pregunta. Me mira cuando está nerviosa para ver si yo estoy tranquila. Me mira cuando no sabe muy bien qué hacer. Y leo en sus ojos marrones como si pudiera hablar. Me hablan esos ojos.

Hace unos días que no los veo. Y todavía me quedan algunos más hasta que los vea. No me puede preguntar nada ni decir nada tampoco, no sé qué quiere, si algo le pone nerviosa.
Por eso, mis ojos marrones lloran.

martes, 15 de junio de 2010

Berlín

Me levanto de la cama y creo que hoy es un día especial. Lo intuyo porque escucho una música suave, huelo el café en la cocina y te oigo caminar de un lado a otro de la casa. Abro la puerta y lo que veo es un montón de papelitos con mensajes de amor, una mesa puesta con mucho gusto y cariño. Me siento en la silla y tú me miras emocionado. No sé qué me quieres decir hasta que levanto la vista y veo un sobre rosa colgado encima de mi.
Nos vamos, dices. Nos vamos en una hora. Abro el sobre y hay una foto y la letra de una canción.



¡Nos vamos a Berlín!

miércoles, 26 de mayo de 2010

Neil

Me meto en la cama. Es muy tarde, pero no tengo sueño. Estoy sola en una cama grande que no conozco. No sé por qué estoy aquí, no debería estar aquí sola. No consigo tranquilizarme; abro el libro, salgo de la cama y voy a la cocina. Me enciendo un cigarro y fumo mirando por la ventana. Me gustaría hablar ahora contigo pero no puedo llamarte. Me pregunto cómo he llegado hasta aquí.
Hace muy buena  noche. Me acabo el cigarro y sigo mirando por la ventana. Pongo la radio y suena una canción de Neil Young. Al momento me hace sentir bien; no sé si es por su voz, por la guitarra, por aquel día que cantaba sentado al piano con dos velas rojas encendidas, por el Harvest Moon que me acompaña siempre, porque me recuerda a ti.
Me llevo la radio al lado de la cama extraña. Duro una canción  más y me duermo.

miércoles, 28 de abril de 2010

otros ojos

¡Qué interesante es ver lo mismo de siempre pero con otros ojos!



















* Fotos hechas con un iPhone, con la aplicación Hipstamatic.

miércoles, 14 de abril de 2010

de viaje

Hoy tengo mucho que hacer pero estoy  muy cansada. Sentada al ordenador, a veces levanto la vista y miro lo que pasa fuera. Lo que veo es una calle muy transitada de autobuses y coches. Pasan muchos autobuses rojos, y blancos y amarillos. También hay un paso de peatones donde los coches no paran.
Hace un rato lo cruzaba una pareja. Llevan maletas de ruedas muy grandes y cada uno una mochilita al hombro. Creo que son japoneses. Ella es muy guapa, con gafitas de pasta negra y él muy alto.
Seguro que se alojan en el hotel que hay aquí al lado. Suele venir mucha gente extranjera, y sobretodo mucha gente joven. He pensado, qué suerte! A ellos les parecerá todo nuevo, diferente; esta esquina que veo mil horas al día, este paso de peatones tan roto, el río de un poco más abajo, las calles peatonales llenas de bares y en sombra, que son mi recorrido cotidiano. Y lo mirarán todo con sorpresa, con curiosidad, con la intensidad del presente que es más presente cuando se viaja.
Acaban de pasar de nuevo. Se han cambiado de ropa y de calzado, han dejado las maletas, han salido a ver qué hay. Espero que no les defraude.

lunes, 22 de marzo de 2010

hambre

Tengo hambre. No se me quita aunque coma. Y como todos los días. Como por la mañana, al mediodía, y nada. Como todo tipo de cosas, unas que llenan, otras que son sanas, otras que no. Como de pie y como sentada. Pero sigo teniendo hambre. Me traen comida, comida de verdad y me la como, y tampoco.
Entonces vienes tú y me hablas y me cuentas cosas gesticulando con las manos, utilizando palabras bonitas. Y el hambre se me pasa. Se me pasa tanto que no me acuerdo de comer. Y preparamos comida rica, y la veo encima de la mesa, pero no como casi nada. Porque me sigues hablando.
Tú te vas o yo me voy y me vuelve a entrar el hambre. Y sé que la única manera de que se me pase es que me  hables, que no pares de contarme cosas, cualquier cosa.

* Preciosa foto de Pablo Mella

jueves, 4 de marzo de 2010

Santander - Alicante III

Me acuerdo de todo esto sentada en la mesa de la cocina,  mientras me como una galleta de chocolate Granola, las del chocolate con leche. Me acuerdo de la sensación de frío a medida que iba oscureciendo, de la luna llena en el cielo a veces tapada por las nubes y la lluvia de las 10 de la noche; de los juegos de sinónimos, de palabras: trozo, volcán, qué bonito; de risas; de las conversaciones a la luz de la llama del pitillo, en medio de la Mancha, en cualquier sitio. Del sueño que tenía y de lo rápido que pasaban las horas; de la emoción de estar llegando. Fueron 950 km; 10 horas de viaje.
Y pienso que menos mal que estabáis allí, menos mal que dijistéis que sí, menos mal. Y que sin pensar lo volvería a hacer.
Gracias.

* Volvimos juntos en el vuelo de vuelta, que salió a su hora y sin problema. Igor se quedó. Él vive allí.
** Foto de Icars sacada de Flickr

miércoles, 3 de marzo de 2010

Santander - Alicante II

Son las cuatro de la tarde. Lo sé porque enciendo la radio y sale Julio Ruiz. Ya estamos montados en el coche; Igor conduce, Esther y Rubén van detrás, yo de copiloto. Rubén dice que tiene 17 discos de U2 y Esther bromea y empieza a cantar Lemon, como los de Muchachada. No lo sabemos todavía, pero el viaje va a ser increíble.
En un momento nos organizamos los turnos para conducir, no se puede fumar en el coche. Partimos con alegría. Desde el primer momento no paramos de hablar. Bromeamos sobre las ganas de fumar que vamos a tener Igor y yo, sobre cuántas veces tendremos que parar para que Rubén vaya al baño. Bromeamos todo el rato.
Enseguida estamos en Burgos, Quintanapalla. Paramos la primera vez y nos encontramos con un pelotari. Nos pide fuego e Igor le pregunta si los pelotaris fuman. Pablito se ríe, agarrando el cigarro con sus manos grandes.
Conduzco yo y en el camino ya se hace de noche. Pasamos por Madrid que se ve a lo lejos, y también por Campo Real y grito, Gemitaaaaa!!!
Nos reímos mucho, vamos descubriendo cosas los unos de los otros, y parece que nos conociéramos de siempre. Vamos avanzando poco a poco, nos cruzamos el mapa sin saberlo, como si el coche fuera un mundo a parte y lo que pasa fuera no nos interesara.
Llegamos a Cuenca y paramos a cenar. Allí me dan ganas de queso, muchas ganas de queso y de cerveza. Comemos tortilla en un sitio que no es ni un Autogrill ni el Área 77. ¿Dónde estamos?

martes, 2 de marzo de 2010

Santander - Alicante I

Es viernes por la tarde. Hace un día precioso, perfecto para volar. Estoy sentada en la zona de embarque, nerviosa, escuchando música, esperando a que abran la puerta. Sólo es hora y veinte minutos de vuelo, eso no es nada. Llego muy pronto, de día, con toda la tarde para aprovechar.
La tele que marcaba nuestro vuelo cambia. Ya no pone Alicante; ahora pone Madrid. Bueno, pienso, seguro que entramos por otra puerta. La gente se levanta y se oyen rumores; me acerco al panel y mi vuelo se ha cancelado. ¿Cancelado? Salimos a toda prisa a preguntar y sí, se ha cancelado.
Te llamo porque tú ya estás camino de Alicante, sólo te quedan 100 km. Tengo ganas de llorar, pero aún más ganas de verte. Me dices tranquila, vamos a ver como solucionamos esto.
Me pongo en la cola para preguntar. La gente está muy nerviosa y el ambiente como cargado de pensamientos que van muy deprisa, calculando, si cojo un tren tardo... si voy en coche... si...
Yo también pienso muy deprisa. Paro un poco y escucho a las personas que van delante mío. ¿Vamos en coche? Les oigo decir. Es una pareja joven, con maletitas pequeñas como la mía, que mantiene la calma. Ellos van a ir, como sea, así que les pregunto si puedo ir con ellos. Me miran sorprendidos y dicen que bueno, vamos a ver.
El chico va a preguntar los precios de los coches de alquiler. Le veo venir con una sonrisa diciendo que ya tenemos coche. ¿Cómo? Sí, ya tenemos coche. Nos vamos con Igor.
Salgo a la calle a fumar un cigarro. ¿Cómo puede ser? Me voy a Alicante en coche con tres desconocidos, es un viernes soleado, tenemos tiempo. Sonrío y pienso, con lo que me gusta a mi la aventura.

lunes, 15 de febrero de 2010

esperando

Es tarde ya, de noche y hace mucho frío. Me está entrando un poco de sueño, pero seguro que se me pasa. Han dado temporal para este fin de semana; frío y nieve. Seguro que hay nieve en la carretera, pero decido soplar para que se derrita y puedas venir a verme.
Soplo durante todo el día, y al llegar la noche soplo un poco más fuerte. Me preguntan que qué hago y yo les digo que soplar, que no me queda otro remedio, porque si no soplo, la nieve no te va a dejar venir.
Me pregunta que cómo eres, y no sé qué decirle; sólo me sale decir lo que haces, cómo lo haces; lo que cuentas y cómo lo cuentas, lo que siento. Y cuando acabo sigo soplando. Ella me dice que sople, que merece la pena. Y yo le hago caso.
Y te espero. No puedo soplar más porque ya no me queda aliento. Te espero y me tomo un café. Soplo un poco el café y me lo tomo mientras miro por la ventana. No hay nadie más que yo, es muy tarde y van a cerrar enseguida. Con el café entre las manos veo los coches pasar; vienen muy rápido por donde vendrás tú. Es muy triste este sitio, pero yo tengo un café entre las manos y he estado soplando todo el día para que vengas. Y tengo ganas de que vengas y verte, por eso el sitio no es tan triste para mi. Me soplo las manos que se me están quedando heladas. Te espero en el coche con un libro, pero no puedo leer. Miro alrededor y pienso que sería muy triste si no vinieras; pero vienes. Y ya no tengo que soplar más.


martes, 2 de febrero de 2010

mi casa

Yo tenía una casa. La arreglé con mis manos al salir de trabajar cada tarde. Iba allí, me cambiaba de ropa, ponía música y empezaba a hacer cosas. A veces me sentaba en el suelo y la miraba; miraba cada pared, cada hueco. Me la sabía de memoria, porque yo la había pensado. Dibujé los tabiques en el suelo y entraba en las habitaciones como si ya estuvieran hechas. Arreglé la madera, pinté las paredes y los techos. Me encantaba estar en mi casa.
La disfruté durante varios años. Compré un sofá, un ordenador, unas estanterías, pero la casa no acababa de estar completa. No tenía cuadros ni fotos.
Un día salí a toda prisa y al volver, la casa estaba dividida. Encontré unos letreros con mi nombre y otros con el suyo, escritos con tinta indeleble. Nada estaba donde debería estar y yo ya no estaba agusto; pero seguía siendo mi casa.
Todavía vivo allí. Cada día la reconozco menos, cada día está más estropeada, más desordenada, más sucia, más triste.


miércoles, 27 de enero de 2010

dos y medio


Tengo medio billete de cinco euros. Lo guardo en la cartera y sale una esquinita al abrirla. Lo veo siempre; cuando voy a por el pan, cuando me subo en el tranvía, cuando entro en la piscina. Y  me acuerdo.
Me acuerdo de cuando  nos  lo dieron. Estaba doblado en mil trocitos y lo dejamos encima de la nevera enana para que secara. Lo guardamos porque nos gustaron mucho las manos del que lo doblaron, y los pies, y el pelo, y ..., y porque fue una buena tarde, porque fue el principio.

Al despedirnos cortamos el billete en dos. Ella tiene una mitad y yo otra. La mía tiene el corte con pelitos, como si fuera una herida que no acaba de cerrar. Por eso de vez en cuando nos vemos y juntamos los trozos, y la herida ya no duele.

miércoles, 20 de enero de 2010

una canción


Sales de casa por la mañana. Puede que hoy la veas, no pasa todos los días. Caminas cuesta abajo encogido en tu abrigo. Allí viene, nerviosa, andando deprisa con su cazadora de cuero negro, hablando por el móvil, no parece tan mayor. Se acerca y aciertas a ver el brillo de sus ojos, su sonrisa de medio lado que a ti te alegra el día. Cuánto se parece a su padre, piensas. Y es un segundo pero para ti es una eternidad. Se te graba su imagen que te calienta como un rayo de sol.

Me lo cuentas mientras paseamos por una calle atestada, tropezando con gente, absortos en la historia. Y al hacerlo puedo ver el brillo de tus ojos, tu sonrisa de medio lado que me calienta como un rayo de sol.
Te pregunto quién es esa mujer. Me dices Geraldine, Geraldine Chaplin.
Foto sacada de este blog.
Francesco Scavullo

You go out in the morning. Maybe you´ll see her today, it doesn´t happen everyday.
You walk down the street wrapped in your coat.
There she comes walking fast with her black leather jacket.
She talks on her phone, doesn´t look much older.
As she passes by you get to see her bright eyes and her cute smile.
She looks just like her father, you think.
It´s just a second, but it seems like forever.
You stick to her image that warms you like a ray of light.


You tell me the story as we walk down a busy street
as we run into people, not knowing where we´re going.
I can see the light in your eyes, your cute smile
that warms me like a ray of light.
And I ask you who that woman is
you say, Geraldine, Geraldine Chaplin.

lunes, 18 de enero de 2010

one dove


Era por la mañana y caminaba por un desierto. Se veían aves a lo lejos, aves grandes planeando con elegancia. No había árboles, ni flores; sólo algunos arbustos medio helados desperdigados entre el barro.
De repente vi un pájaro volar con gracia, como si estuviera contento. Era una paloma medio azul que jugaba con el viento. Se acercó a mi y con cuidado se posó en mi hombro. Me quedé quieta un poco sorprendida mientras ella empezó a susurrarme palabras al oído. Me contaba historias de otros lugares, de otros sonidos con palabras bonitas y con un brillo especial en sus ojitos pequeños.
Echó a volar y fui tras ella. Pasamos entre dos cerros, un paso estrecho y difícil lleno de barro. El otro lado era un desierto muy diferente. Por un campo venía a paso lento un rebaño de ovejas con su pastor, un tipo alegre y parlanchín. Me di cuenta de que los arbustos no estaban helados, que tenían pequeñas flores y unos brotecitos tiernos. Las formas de tierra que al otro lado eran inertes, en este otro tenían nombre y cada una su gracia.
La paloma se posó en el hombro por última vez. Me rozó la mejilla con una de sus alas y salió volando. Me quedé mirándola hasta que fue un puntito pequeño en el cielo gris. Me di la vuelta y regresé al coche.
Al encender la radio, empezó a sonar esta canción.