sábado, 28 de febrero de 2009

nada












estoy llena

de belleza


de energía

de futuro brillante

de recuerdos

de buenos sueños

así, me sorprendo

y decido que, esta vez

no haré

nada


que decida el tiempo

jueves, 26 de febrero de 2009

duende


Tengo la suerte de conocer a un duende, pero a uno de verdad. Es pequeñito, talla XS, de ojos verdes preciosos e inteligentes. Vive en una casa como él, pequeñita pero en la que cabe mucha gente. Esta casa tiene una ventana por la que entra el sol, el mar y las gaviotas, que son también sus amigas, una cocina como un armario y un baño de juguete.
Habla muy raro, a veces llora como un perro, otras como un gato. Hay veces que parece otra persona, mucho más alta y más mayor. Se transforma continuamente, porque es un duende.
Le gusta rodearse de gente, chicos y chicas; también cocinar para ellos las comidas más raras del mundo, pulpos rosas, patatas rosas, pizzas con pan Bimbo y el queso, que solape.

Nunca va en coche, anda en bici y cuando se cansa, la tira y empieza a correr. Corre mucho este duende, si le apetece, durante días y noches.
Cuando está aburrido, coge la cámara y saca las fotos más maravillosas que he visto. Tiene muchos discos en su casa y un plato mágico que los hace sonar. Suele llevar un mando enorme para hacer callar a unos para que hablen otros, para que salga el sol y que suba la marea.

Le gusta hablar a través de una cortina, y yo miro hacia al techo para saber de dónde viene esa voz, y le respondo. Nos podemos pasar así un buen rato.
He sido afortunada y he compartido con él unos días, en los que nos hemos reído mucho, como siempre que estamos juntos. Le quiero mucho yo a este duende.

mi paseo


Me había quedado sola en casa, así que salí a dar un vuelta. Una vez en la calle, abarrotada, eché a andar sin saber muy bien a dónde. No había olvidado la ciudad, pero no la recordaba del todo. Me fallaban rincones, calles que no sabía dónde desembocaban y se iban construyendo a medida que yo avanzaba.
Ya había anochecido, las luces empezaban a encenderse. Sin darme cuenta, llegué hasta la playa. Antes solía hacer eso también, sobretodo los días de mucho temporal. Me encantaba llegar hasta el espolón para oler el mar que casi me mojaba, la fuerza del viento y de las olas.
Ya en verano solía ir con mis compañeros de clase a hacer pic-nic con champán, cosas de Paulo, el brasileño. Y nos bañábamos, a veces. Hizo muy mal tiempo, aquel año.
Me compré un helado y bordeé la playa. Había gente a esas horas jugando con los perros, haciendo volteretas. La marea bajaba. Me había trasladado a otro tiempo, a otro verano. Entonces vi la roca. Casi estaba cubierta por el agua y a esas horas no era más que una mancha oscura en medio de la arena. Recordé el calor que hacía entonces, el viaje en mi coche que él conducía por primera vez, la sensación de ir hacia algún sitio desconocido pero bueno, con mucha luz y caricias, con calor.
Me apoyé en la barandilla de piedra y dejé que el viento alborotara mi pelo, llevándose también estos recuerdos por primera vez.

para los de aquí y los de allí

" Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
oscuro, torpe, malo
el que la habita "

Muerte en el olvido
del libro Áspero mundo, Ángel González, 1956

martes, 24 de febrero de 2009

vista aérea


Llevábamos 20 minutos de vuelo por encima de las nubes. Era de noche y no se veía nada, apenas un resplandor rojo del amanecer por la cola. El avión iba casi vacío, yo sentada con mi ángel de la guarda, con el periódico sobre las piernas. Miraba por la ventana, intentando ver las montañas.
El piloto habló :"Nos quedan catorce minutos de vuelo, empezamos la aproximación". Entonces me puse nerviosa, siempre me pasa.
Empezamos el descenso, suave como todo el vuelo. Se veía un río, algo con agua, almacenes, como un puerto de mercancías, pocas luces. El avión giró y allí estaba ella, la ciudad como una península, preciosa. Miraba por la ventana con mucha atención y algo me guiña un ojo, una luz que viene y va, con una cadencia tranquila, como ha hecho siempre. Y siento que me dice hola, cuanto tiempo, como si ella, toda de piedra inerte se hubiera puesto hoy un poco más contenta. Y lloro al verla porque me guiña el ojo, porque ha sido mucho tiempo, porque sigue ahí, a pesar de los temporales, a pesar del tiempo que pase, tan bella como siempre.

lunes, 23 de febrero de 2009

una comida de domingo


La gente va llegando para la comida del domingo. Cada uno viene cargado con su mochila, más pesada que la de hace unos años. El peso se nos nota en la cara, encorvamos la espalda, mirando un poco de más al suelo. Al entrar las vamos dejando sobre la alfombra; es cuando surgen las flores, los cuentos de princesas y la alegría de estar juntos. Uno corta el jamón, otro cuece pulpo; la más pequeña de todos no puede quitarse la mochila y se tumba a descansar, tapada con una manta.
Me gustaría decirles que ese peso no va a ser para siempre, que se arreglarán los problemas de dinero, que encontrará un trabajo en el que brille, que podrá acabar ese proyecto, que la pena se le pasará, no del todo, pero no le pesará tanto. No hace falta, durante un momento volvemos a ser los mismos de entonces, más ligeros, más jóvenes, con todos esos sueños por cumplir, alrededor de una mesa, ante un ventanal que nos acerca el mar, las gaviotas, la luz de un precioso domingo de febrero.

Gracias a todos.

viernes, 13 de febrero de 2009

una semana


Acabo de ver un vídeo. En él sale una ciudad y un hombre paseando. La ciudad tiene mar, gaviotas chillonas y un mercado. También farolas rojas horribles, una torre que vigila y gente.
El hombre pasea mirando al mar. Este hombre me gusta, habla despacio y bajito, titubea a veces. Cuenta cosas que a mí me encanta escuchar. Sin que él lo sepa, durante una temporada me recitaba poemas para que yo me durmiera. Y dormía bien y soñaba sueños posibles y bonitos, y salía a la calle, con las farolas horribles y las gaviotas chillonas,la lluvia y el viento, pero con su voz y su poesía resonando en la memoria.
http://pagina2.rtve.es/entrevista.php?e=14bfa6bb14875e45bba028a21ed38046

miércoles, 11 de febrero de 2009

una foto



Me he encontrado una foto. En ella aparecen dos personas posando, una mujer y un hombre. Están en un pasillo oscuro, con un carro de aeropuerto. Ella está muy contenta porque él acaba de llegar. Ahora vive en la otra punta del mapa, pero está de paso. Ha venido para estar con ella. Se conocieron un viernes, en una cena de fin de curso. Él la miraba mucho, ella a él también, pero mosqueada. ¿Quién es este tipo que me mira tanto?
Tras la cena hubo bailes y bebida, hasta el amanecer. Hablaron y ya no se separaron. Bailaron también, mucho y de todo. Parecía que se conocieran de siempre. Visitaron museos, volvieron a bailar.
Un día la mujer se dió cuenta de que le quería. Fue en una playa urbana del fin del mundo, al amanecer de un día de verano. Sentados sobre una roca miraban las olas y ella le dijo que le quería. Él no dijo nada, pero le abrazó. Se sentía muy segura en esos abrazos que él le daba, como si su cuerpo hubiera sido hecho sólo para que él le abrazara.

Duró muy poco. La última vez que se vieron fue también en un aeropuerto. Ella lloraba y se moría, él decía que también. Los dos sabían que sería la última vez.

No sé nada de él, ni siquiera recordaba su cara, hasta que he encontrado la foto. Y he vuelto a bailar, he vuelto a sentarme en esa roca, porque es verdad que el tiempo todo lo cura y sólo lo bueno permanece.

martes, 3 de febrero de 2009

rayo de sol


en febrero

en mi local

entra un rayo de sol

de 4:15 a 4:26

bienvenido