martes, 24 de febrero de 2009

vista aérea


Llevábamos 20 minutos de vuelo por encima de las nubes. Era de noche y no se veía nada, apenas un resplandor rojo del amanecer por la cola. El avión iba casi vacío, yo sentada con mi ángel de la guarda, con el periódico sobre las piernas. Miraba por la ventana, intentando ver las montañas.
El piloto habló :"Nos quedan catorce minutos de vuelo, empezamos la aproximación". Entonces me puse nerviosa, siempre me pasa.
Empezamos el descenso, suave como todo el vuelo. Se veía un río, algo con agua, almacenes, como un puerto de mercancías, pocas luces. El avión giró y allí estaba ella, la ciudad como una península, preciosa. Miraba por la ventana con mucha atención y algo me guiña un ojo, una luz que viene y va, con una cadencia tranquila, como ha hecho siempre. Y siento que me dice hola, cuanto tiempo, como si ella, toda de piedra inerte se hubiera puesto hoy un poco más contenta. Y lloro al verla porque me guiña el ojo, porque ha sido mucho tiempo, porque sigue ahí, a pesar de los temporales, a pesar del tiempo que pase, tan bella como siempre.

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