jueves, 26 de febrero de 2009

mi paseo


Me había quedado sola en casa, así que salí a dar un vuelta. Una vez en la calle, abarrotada, eché a andar sin saber muy bien a dónde. No había olvidado la ciudad, pero no la recordaba del todo. Me fallaban rincones, calles que no sabía dónde desembocaban y se iban construyendo a medida que yo avanzaba.
Ya había anochecido, las luces empezaban a encenderse. Sin darme cuenta, llegué hasta la playa. Antes solía hacer eso también, sobretodo los días de mucho temporal. Me encantaba llegar hasta el espolón para oler el mar que casi me mojaba, la fuerza del viento y de las olas.
Ya en verano solía ir con mis compañeros de clase a hacer pic-nic con champán, cosas de Paulo, el brasileño. Y nos bañábamos, a veces. Hizo muy mal tiempo, aquel año.
Me compré un helado y bordeé la playa. Había gente a esas horas jugando con los perros, haciendo volteretas. La marea bajaba. Me había trasladado a otro tiempo, a otro verano. Entonces vi la roca. Casi estaba cubierta por el agua y a esas horas no era más que una mancha oscura en medio de la arena. Recordé el calor que hacía entonces, el viaje en mi coche que él conducía por primera vez, la sensación de ir hacia algún sitio desconocido pero bueno, con mucha luz y caricias, con calor.
Me apoyé en la barandilla de piedra y dejé que el viento alborotara mi pelo, llevándose también estos recuerdos por primera vez.

1 comentario:

pirsinia dijo...

Ffffffffffuuuu!! Un poco más de viento de ese que alborota el pelo, por si acaso...

Besitos