miércoles, 7 de enero de 2009

un desayuno


Madrugué como si tuviera que ir a trabajar. Cogí el metro como si viviera en la cuidad. Me bajé con prisa, como si tuviera algo que hacer. Salí a la calle con una dirección, como si supiera a dónde ir. Era uno de los últimos días y quería aprovecharlo a tope. Me faltaban muchas cosas que ver y éstas las tenía que ver sola. Fui a mi barrio preferido, donde los edificios no son muy altos y hay muchas bicis, árboles, bares, cafés, gente andando sin prisa, galerías de arte, tiendas de diseño. Entré en una panadería a comprarme el desayuno. Era un sitio muy especial, como de cuento. Había pasteles en forma de corona, magdalenas con sombrero de nata de fresa y chocolate. Olía muy bien a dulce y a café. Me compré dos magdalenas, una rosa y otra marrón. Pedí también un café con leche. Me lo pusieron todo en una caja blanca, muy práctica. Salí a la calle y me senté en un banco de un parque cercano a desayunar. Hacía buen día, soleado aunque un poco fresco, con una luz de mitad de otoño cálida. Las hojas de los árboles, hayas creo, estaban por todo el suelo, tiñendolo también de dorado. Cerca, una librera sacaba libros usados a la calle. Comenzaba el día para todos, un día cualquiera de principios de noviembre, pero muy especial para mí, desayunando en un banco de Greenwich Village, Nueva York.

2 comentarios:

pirsinia dijo...

Una buena forma de empezar el año. Espero que te mejores pronto.

Besitos

trexa dijo...

Gracias, Pirs, ya estoy bien.
Es una de las mejores cosas del día, el desayuno.

Un besito.