lunes, 17 de noviembre de 2008

brooklyn


Era un viernes por la tarde. Hacía calor, aunque debería de haber hecho frío. Paseábamos por la ribera del río, un poco más tarde cruzaríamos el puente, cuando anocheciera. Encontramos una señal verde con una hoja y decidimos seguirla. Nos llevó hasta la vera misma del río, donde se veía la otra parte de la ciudad, donde los edificios son altos y el ruido es intenso. En esta otra parte no, las calles eran tranquilas, de vecinos con niños disfrazados. Iban de casa en casa pidiendo dulces y al abrir la puerta yo me quedaba para ver las casas por dentro, los suelos, los salones, las personas que vivían de verdad en la ciudad. Estaba un poco molesta, él quería irse de allí porque tenía hambre y yo no me quería perder nada, quería quedarme allí con ellos, con sus caras ilusionadas y los disfraces graciosos hechos en casa.
Los edificios eran viejos, de principios de siglo pasado; estaban muy bien cuidados. En alguna de estas casas vivirá Paul Auster, me dije, y también viviría Walt Whitman, tanta gente, tantas veces recorridas estas calles con la imaginación por los libros. Quería quedarme más tiempo, fijarme en cada detalle, aprenderme la luz de memoria, los nombres de frutas de las calles: Cranberry, Orange, Peach.
Buscando un sitio para comer dimos con la calle principal de la zona. En una de las aceras había una cola inmensa de gente. Esperaban el turno para entrar en una tienda de disfraces. Al lado había una librería de segunda mano. Enfrente, una tienda de bagels. Nos sentamos en la pequeña terraza que estaba un metro por debajo del nivel de la calle. Apenas cabían 4 mesas pequeñas. Comimos el bagel con ensalada de atún, viendo a la gente pasar al calor de una tarde de otoño en Brooklyn.

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