miércoles, 19 de noviembre de 2008

mandarinas

Me suelo llevar un par en el bolsillo cuando voy al monte en otoño. Es cuando mejor saben, después de andar un rato, un poco cansada, cuando te da la sed. Si hace sol es mucho mejor. Me siento en una roca o en un claro y me pelo las mandarinas. Enseguida viene Lola porque a ella también le gustan. Las compartimos, un gajo yo, otro ella. Se lo tiro al aire y ella salta y lo coje con la boca. Si está muy ácida, lo tira, menuda es.
Hay días que no hace falta subir al monte para comer mandarinas. Nos vamos de paseo y hacemos lo mismo. En cuanto pelo una, viene corriendo desde donde esté y me pide, me da la pata, me mira con cara de no haber comido en meses, como si se estuviera muriendo de hambre.

No me las suelo comer enteras, sólo las muerdo sacándoles el zumo y tiro lo demás. A Itsasne tambén le gustan mucho, pero a ella hay que quitarle la piel porque es una princesa y las de su clase no comen piel de mandarinas. Aquí el compañero se las come de golpe, enteras, sin deshacer los gajos. Lola le mira con pena, porque a ella no le toca nada.
Me gustan las pequeñas, las que tienen la piel fina y cuesta quitar. Parece que dentro está concentrado todo el calor del verano que ya pasó. Son pequeños rayos de sol, las mandarinas.

1 comentario:

pirsinia dijo...

¡¡Qué ricas mandarinas!!