jueves, 3 de septiembre de 2009

la silla roja

He pasado unos días sentada en una silla roja. Era una silla muy especial, mágica. Recibía los primeros rayos de sol, los más bonitos, los que ya calientan pero no queman. Estaba situada al borde de un camino empedrado, a un lado de la puerta. Si mirabas a la izquierda se veía salir el sol; de frente había una casa medio cubierta por una hiedra y con flores en las ventanas; a la derecha estaba la torre de la iglesia, la cúpula, la veleta, las campanas.
Pasaba mucha gente por delante de la silla, era como dar la vuelta al mundo sin moverse. Venían pronto por la mañana, cansados ya de subir la cuesta, con un paso lento y marcado por el sonido metálico de los bastones. Les saludábamos con la mano y con la sonrisa; algunos se quedaban a pasar la noche; otros paraban para descansar, tomar un café y seguían su camino. 
A veces me imagino que sigo allí, sentada después de hacer todo el trabajo, con una pierna encogida y la otra colgando, descalza, viendo caer la tarde contigo a mi lado, esperando.

2 comentarios:

Olalla dijo...

me alegra tu regreso, un beso!!

trexa dijo...

Gracias, bonita.. a ver si me pongo al día, que Lisa me ha dejado a cargo de este tinglado... ella se ha quedado en las Islas Griegas, navegando el Mar Egeo sin billete de vuelta.
Un beso.