domingo, 5 de octubre de 2008

un domingo a la mañana


Me levantaba pronto y salía de casa sin desayunar. Daba igual el tiempo que hiciera, lo hacía todos los domingos. Empezaba a andar por mi calle, Avenida de la Sardiñeira. Bajaba un poco por la Ronda de Outeiro sin tráfico y seguía hasta Cuatro Caminos. Desde allí cogía Juan Flórez con las aceras sucias aún de la noche larga y luego me llegaba hasta Juana de Vega, hasta el quiosco de la esquina donde compraba el periódico. Sólo lo compraba los domingos, El País y La Voz.
Cargada de papel, me iba por los cantones hasta la calle Real, mi favorita. Allí empezaba a andar más despacio, disfrutando del silencio de esas horas y de la tranquilidad de los domingos. La gente salía a comprar el desayuno, a hacer deporte.

Entraba en el Dublín. Si tenía suerte, la mesa de la izquierda, al lado de la ventana, estaba libre. Esa mesa era mi favorita; una mesa con el pie de hierro forjado y el sobre de mármol descacharrado, con un paquete de servilletas y un cenicero. La silla era una de esas de cabaret.
Pedía un café con leche corto de café y abría el periódico. Me pasaba la mañana allí, desayunando y leyendo, viendo a la gente pasar por la calle, la gente que entraba en el bar, escuchando conversaciones ajenas, esperando a que aparecieras.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

pues si que te dabas un buen pateo...si vivieses aquí ahora me verías más en esa mesa.

firmado:
manolo rivas

trexa dijo...

Era a tí a quien esperaba, siempre a destiempo. Aunque ahora ya sé que si lo esperas nunca llega y cuando no lo esperas, está ahí, a la vuelta de la esquina.
Vete pidiendo un té rojo para mí, volando voy!

pirsinia dijo...

Cómo te conoce... jejeje

trexa dijo...

Pase el tiempo que pase, los domingos por la mañana allí serán especiales. Volví a mi mesa, leí el periódico y esta vez fue muy especial, porque no estaba sola.