martes, 28 de abril de 2009

en el tren


Cogí el tren una mañana de octubre muy fría pero con sol. Era temprano, sobre las 9; a la estación vinieron mi hermana y una amiga. Llevaba poco equipaje aunque iba a estar fuera varios meses. Me iba al fin del mundo. No conocía a nadie allí, no tenía ningún sitio donde quedarme y me daba un poco de miedo. Lo había elegido yo, pero aún así estaba un poco asustada.
Cuando el tren empezó a andar, me entró mucha pena y empecé a llorar. Saqué el walkman y me puse una cinta que me había regalado Pablo días antes.La cinta me hacía llorar más, las canciones que él había elegido para mi.
Delante de mi viajaba una monja muy mayor. Al ver que no paraba de llorar, se volvió y me preguntó, por qué lloras? Y yo le dije que porque me daba mucha pena irme y estaba un poco asustada. Ella me tranquilizó y pasamos el viaje una detrás de la otra. Me gustaba que ella estuviera ahí, conmigo.
Llegué a Coruña. Ese día hacía mucho viento, como sólo puede hacer allí. Tuve una sensación rara, como si todo pudiera salir por los aires, la mochila, yo misma, era como no tener la seguridad que antes me mantenía en el suelo.

A los pocos días encontré una habitación en el piso más frío del mundo. Lo compartía con dos personas más y eso fue bueno. Conocí a dos personajes, un duende y un marinero que me sacaban a pasear y de excursión, conocí también a sus amigos. Encontré trabajo y el postgrado me gustaba mucho. Estaba contenta en el fin del mundo.

Un día, caminando por la calle me encontré con la monja. Ella no me reconoció, pero yo le saludé. Le dije, hola, me recuerda? Soy la que lloraba en el tren. Y ella me preguntó qué tal estás?. Y yo le dije ya no lloro. Le di las gracias y un beso.

Ese fue uno de los mejores años. Vuelvo de vez en cuando, allí sigue el viento, los amigos, la ciudad, que ya es un poco mía.

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