domingo, 10 de mayo de 2009

poemas al mar

Era una noche sin luna, la tapaban las nubes. Un grupo de personas, unas treinta, salió de una casa pequeñita de piedra y se dirigió hacia la playa, que estaba muy cerca. Andaban lentos, como en procesión. En las manos llevaban unas hojas de papel con las esquinas ya dobladas y un poco manoseadas. Cada una de las personas llevaba una linterna.
En la playa se detuvieron cerca de la orilla. Uno de ellos, el de la voz más grave, marcó una raya en la arena a modo de escenario. Sin decir nada, comenzaron a leer los papeles llenos de poemas en grupos de tres, de dos, de cuatro... El resto de personas, mientras, miraba hacia el mar, lo escuchaba a la vez que a las palabras.
Este es el que más me gustó.


No intentemos el amor nunca

Aquella noche el mar no tuvo sueño.

Cansado de contar, siempre contar a tantas olas,

quiso vivir hacia lo lejos,

donde supiera alguien de su color amargo.


Con una voz insomne decía cosas vagas,

barcos entrelazados dulcemente

en un fondo de noche,

o cuerpos siempre pálidos, con su traje de olvido

viajando hacia la nada.


Cantaba tempestades, estruendos desbocados

bajo cielos con sombra,

como la sombra misma,

como la sombra siempre

rencorosa de pájaros estrella.


Su voz atravesando luces, lluvia, frío,

alcanzaba ciudades elevadas a nubes,

Cielo Sereno, Colorado, Glaciar del Infierno,

todas puras de nieve o de astros caídos

en sus manos de tierra.


Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades.

Allí su amor tan sólo era un pretexto vago

con sonrisa de antaño,

ignorado de todos.


Y con sueño de nuevo se volvió lentamente

adonde nadie

sabe nada de nadie.

Adonde acaba el mundo.


Luis Cernuda

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