No suelo comprar libros, los tomo prestados en la biblioteca o me los regalan. La mayoría de los que leo suelen ser prestados. Antes que yo los ha leído más gente y están arrugados, algunas hojas dobladas, con manchas de chocolate o gotitas como de agua que a veces creo que son lágrimas. Me encuentro muchas cosas dentro. Hace unas semanas, en el libro "Algún amor que no mate" de Dulce Chacón encontré una tarjeta amarilla brillante de un restaurante de Tours, Francia. El restaurante se llama Auchienjaune, algo así como el perro amarillo y en la tarjeta aparece un perro dibujado de un sólo trazo en tinta negra meando contra una farola. La farola está inclinada hacia atrás, como si quisiera evitar que le mojara el pis del perro. Trae la dirección y el teléfono, 74 rue B. Palissy, 37000 Tours. Tel. 0247051017. Ayer, en el libro "La ninfa inconstante" de Cabrera Infante me encontré con una hoja cuadrada blanca llena de letras y números en lápiz. Parecía una receta de un pastel y también un horario de tareas. No fui capaz de descifrar lo que decía y la volví a dejar allí. A veces guardo las cosas que me encuentro, como si estuviera paseando por la orilla del mar y recogiera las conchas más brillantes que me traen las olas. Otras las dejo dentro, porque pienso que son mensajes dentro de botellas que no son para mi y los devuelvo al mar.
Ayer me llegó la primavera en forma de flores, un ramo precioso de flores blancas, azucenas o lirios. Son dos clases diferentes, el lilium longiflorum y el lilum speciosum. Las dos provienen de Japón. Las logiflorum tienen la flor más grande y cerrada es cilíndrica. Las speciosum tienen unas manchitas magenta dentro de los pétalos. Ayer cuando llegaron había muchos capullos sin abrir, hoy se han abierto ya muchos y el ramo está más bonito aún.
Me encantan las flores blancas.
No sé quién las ha enviado. He llamado a todo el mundo y no tengo ni una pista. Sólo venía una tarjeta con un FELIZ PRIMAVERA y unas margaritas dibujadas.
Al / la que haya sido, muchas gracias por traerme la primavera. A los que no, gracias también por querer haber sido.
Desde que era una cría viene a mí una visita no deseada. Entra sin avisar y se hace dueña de todo. Lo noto porque de repente me cuesta respirar y parece que me ahogo. Yo pienso que me quiere llevar con ella y yo no quiero ir. No lo paso bien, empiezo a pensar cosas que no son, pesadillas que parece que se van a hacer realidad. No dejo que me controle, pero lo hace durante unos minutos. Para hacer que se vaya, respiro despacio y pienso en cosas bonitas. A veces me cuesta más, pero últimamente se va rápido. Entonces me quedo sola y llorando, con mucho frío, temblando. Al principio no sabía qué era. Ahora la veo venir cuando ya la tengo al lado, y la reconozco.
Hoy he ido a la pelu. Mi peluquero se llama Alberto y es una persona muy especial. Ha viajado mucho, ha vivido en Berlín y creo que en Nueva York. Entré en su peluquería por eso, porque me parecía una de otro sitio, de Alemania o Londres. Es muy chiquita, solo tiene un lavacabezas y dos tocadores. Está pintada de negro, paredes, suelos y techos y tiene en la entrada un mostrador de mosaico rojo. La puerta es de madera amarilla y mucho cristal. No hay nadie más que el peluquero y yo, siempre es así, y no pone música estridente, suele poner jazz. Hablamos de muchas cosas, de los viajes de cada uno, de diseño; leemos las mismas revistas y a los dos nos gusta mucho lo que se hace en Japón, el cine, la moda, la arquitectura. Usa productos ecológicos que me explica cuando me los pone en el pelo. Uno está hecho de pepino para quitar los residuos, otro más suave de manteca de karité. Los botes son muy bonitos, blancos con el tapón negro y unas letras abajo en una esquina. No usa cepillo ni secador para peinar, lo hace con las manos. Va moldeando el pelo desde la raíz como si hiciera caricias y el peinado toma la forma que él quiere. Es un artista mi peluquero.
Un hombre pasa por delante de mi ventana. Se suele parar a hablar, con la perra primero y luego conmigo, que salgo a verle. Suele ir vestido de verde, verde la chaqueta, verde más claro el jersey, verdes los pantalones, como verde es su Galicia que tanto añora. Siempre me habla de su aldea, que está entre Vigo y Porriño, Mos, se llama. Hoy me ha contado una historia de los conejos que tenía allí, de raza Flandes, alemana. Esto fue todo antes de venirse aquí, a Bilbao, por trabajo. Tenía unos 26-27 conejos; les ponía nombre. De la que más se acuerda es de Carmiña, la mejor hembra, que entraba en su habitación y se le subía encima, dándole con el hocico sin arañarle. Me cuenta también que les seguía a todas partes, pero sólo a él y a su abuela, que ya murió. Dice que le dio algo en la cabeza, que no se acuerda de muchas cosas, que ha perdido el dni, la tarjeta del médico, pero que no hace más que soñar con su aldea, con la huerta inmensa de más de 200 m que allí tenía, con los conejos. Le digo que vuelva, que vaya, que hay un tren que llega hasta Vigo, sale a las 9 y cuarto y en un viaje lento y como de vuelta atrás en el tiempo, le llevaría a su aldea, con la que tanto sueña.Me dice que sí, que en verano volverá. Espero que lo haga.
Tengo una ventanita en mi cabeza. Es muy pequeña, casi un hueco sin marco ni cristal. Por esa ventana veo cosas que aún no han sucedido. Algunas veces (las más) acierto y otras no. No la puedo controlar, ella se abre cuando me quiere decir algo. Yo no la puedo abrir porque sí, no me deja. Por esta ventana vi mi viaje a Nueva York, también esta oficina blanca. Vi unos días de sol y paseos, a una niña cantar desafinada. Vi un libro cerrado sin leer y una luna plateada, anticipé llamadas y visitas. En ocasiones la ventanita se abre cuando duermo y veo muchas cosas entonces, son sueños largos y limpios, de los que me acuerdo cuando amanece, y se los cuento. Hay días que sólo entra frío por la ventanita. Hoy se ha abierto un poco. Me ha dado un rayo de sol en la cara y le he visto a ella pasear hasta su nuevo trabajo, con unos pantalones marrones; también en una cocina nueva, ajetreada y contenta, con su cinta en la cabeza. ¡Buena suerte!
Conozco a campanilla. Es una princesa buena con alitas transparentes, tan finas que casi no se le ven. Anda con unas zapatillas muy raras, pero muy bonitas y parece que casi no pise el suelo. Duerme a deshoras y a trompicones, por eso luego se tiene que echar la siesta. Se sienta en el sofá y se deja caer, me coge de la mano y yo le acaricio el pelo. Y se queda dormida, y por la cara que tiene yo diría que tranquila. Cuando se despierta se levanta de golpe, con el pelo un poco alborotado por un lado y dice que se tiene que ir, que tiene mucho que hacer. Lee mucho mi campanilla. Sus libros son un poco raros, a veces me cuenta trocitos que me parecen muy interesantes. Es capaz de hablar de los temas más etéreos alrededor de un tonel viejo en un bar, con una cerveza en la mano y en la otra un cigarrillo a medio liar. Sabe cocer pulpo. Es como una maga que hace un conjuro a la olla, cuenta en alto, una, dos, tres y el pulpo sale rosa. Le gustan los bordes de las empanadas y las gotitas de chocolate duro de las palmeras. Yo se las guardo en mi plato y ella, si quiere, me las coge y se las come. Un día nos hizo el desayuno. Cortó piña en triángulos, peló unas avellanas y una mandarina y lo puso todo en un plato en círculos, haciendo dibujos como si fuera el iris de un ojo. Era mi último día allí y nos faltaron minutos para un café y un cigarrito tranquilas, en esa cocina sevillana tan acogedora. Yo no me olvido y espero que me visite pronto y tengamos tiempo para siestas, cafés y desayunos de colores.
" No te quedes inmóvil al borde del camino, no congeles el júbilo, no quieras con desgana, no te salves ahora ni nunca. No te salves.
No te llenes de calma, no reserves del mundo sólo un rincón tranquilo, no dejes caer los párpados pesados como juicios, no te quedes sin labios, no te duermas sin sueño, no te pienses sin sangre, no te juzgues sin tiempo.
Pero si, pese a todo, no puedes evitarlo; y congelas el júbilo, y quieres con desgana, y te salvas ahora, y te llenas de calma, y reservas del mundo, sólo un rincón tranquilo, y dejas caer los párpados pesados como juicios, y te secas sin labios, y te duermes sin sueño, y te piensas sin sangre, y te juzgas sin tiempo, y te quedas inmóvil al borde del camino, y te salvas; entonces no te quedes conmigo. "
De niña me costaba dormir por la noche. Me parecía que durante el sueño me iba a morir, o moriría mi madre, o mi padre, o alguna de mis hermanas. Compartía habitación con mi hermana pequeña, tres años menor. Cada una dormía en una cama con sábanas de Mickey y Goofy, o también unas de flores con puntitos rojos. Al acostarme empezaba a temblar y me daba mucho frío. No podía apagar la luz, porque entonces era mucho peor, lloraba y me ahogaba, no podía respirar, vaya desastre. Entonces le llamaba a mi hermana, "¿estás despierta?" Y ella, claro, se despertaba. Y le pedía que me contara un cuento. "¿Qué cuento?" , pues el que te sepas. "Pero es que no me sé ninguno", pues invéntate uno, anda. Y entre las dos nos fabricábamos cuentos que no tenían pies ni cabeza pero eran cuentos que me acompañaban hasta quedarme dormida, ya sin miedo. Muchas gracias, mi hermana.