domingo, 14 de septiembre de 2008

ablitas


No he nacido allí, pero da lo mismo. Mi madre y mi padre, mis abuelos todos, ellos sí nacieron allí. Es una parte muy importante de mí. Tan importante que cuando me voy me arrancan un cachito. Sé que me lo arrancan porque me duele.
Cuando estoy allí soy más yo misma que en cualquier otro sitio. Mi piel respladece con el sol, mis oídos se secan. Mi cuerpo está hecho para lo que hicieron otros antes; andar, recoger olivas, comer tomates, alcachofas y espárragos, madrugar, trabajar duro. También cantar y bailar.
Hay gente que se llama como yo, que tiene los mismos ojos y el mismo color de piel. Que tiene el mismo carácter y la alegría y fortaleza que yo tengo. También la cabezonería. Los hay que me conocen antes de nacer y a los que yo no conocí después de nacida.

Tiene olivos milenarios, viñas, campos con plantas de tomate, una iglesia con muchos estilos juntos, una laguna que es área de descanso para aves que están de paso, y el Moncayo. Está siempre ahí, arrojando una buena sombra. Se mira al Moncayo para ver el tiempo, para saber de dónde viene el viento, el cierzo, el moncaino, el bochorno. Hay gente que es especialista en los vientos, se sabe si va a llover, si hará calor.

Las estaciones son muy marcadas, en verano hace mucho calor, en invierno baja la niebla del Ebro y huele a la leña de las estufas. Me gusta especialmente la primavera. Salen las amapolas en los campos, preciosos puntitos rojos entre el campo verde.

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